martes, 10 de junio de 2008

MÚSICA CALLEJERA

Estaba sólo y triste. Agarrado a su vieja guitarra sin importarle el ímpetu de la lluvia que caía en la ciudad. Hablamos cuatro palabras. Él no tenía el día para fantasías. Sólo quería seguir tocando media hora más, y ganar unas cuantas monedas. Intercambiamos poemas. Él me dió un poema vitalista, mecanografíado con una vieja máquina de escribir que jamás llegó a consumar palabras en el siglo XXI. Eran versos que daban ganas de raptarlos, y echar a correr por la vida y no parar hasta el colapso nervioso de un nuevo amor. Yo le di un poema de Walt Whitman. Verde, sinuosamente dorado, parido entre matorrales sucios del paraíso, con babas de relente en la comisura de unos labios primitivos. Otra apuesta por la vida contra la fría corrupción del Dios de los silencios. Silencio. Eso es lo peor que le puede pasar a un músico callejero: Silencio creado a imagen y semejanza de la indiferencia de la gente al pasar. Y nada contra el silencio como cuatro palabras amontonadas en un poema, o un acorde desangrándose feliz en la estrechez de la melodía…

Postdata poética
[El municipal que controlaba el tráfico bajo la lluvia, se olvidó del impuesto de matriculación y se perdió embrujado en los ojos de una Claudia Cardinale (imaginada), al ritmo de la música que fluía inmediata, y que violaba jóvenes lejanías…]

2 comentarios:

Fernando dijo...

Me que quedado asombrado al leer tal capacidad de describir lo cotidiano, lo diario, aquello que por las prisas de la vida casi nunca nos paramos a ver o como en este caso a charlar unos instantes. Como ya sabes yo necesito más tiempo para poder hablar con las personas, al menos un día; me hace falta ver por segunda vez a la persona para poder hablar con ella; aunque ya hace múchísimo tiempo que no hablo contigo. Un saludo.

Roberto dijo...

GRACIAS FERNANDO!Tenemos que conversar sin prisas, toda una noche delicada para sacarle punta a la nostalgia...

un abrazo