Cuando viajas esperas algo nuevo. Es como si alguien fuese a rebelarte el secreto, a ti, por tu cara bonita, por haber pagado un billete de tren en clase turista. Los paisajes por la ventana se suceden, se intercalan, se perpetran solos y otras veces los perpetramos nosotros mismos. El poste de la luz que se repite exponencialmente hasta el infinito, las vacas bebiendo su verde literario de todos los días, la mujer que lee en un banco un poquito más sola que ayer.
Tal vez el secreto sólo exista en nuestra cabeza. Nos pasamos media vida quejándonos de la realidad y la otra media reinterpretándola. Reinterpretar el desconcierto es un ejercicio peligroso de heroísmo, y hacernos los héroes nos apasiona. Sentirte el último vestigio de toda una raza en extinción. Llegar a donde crees que nadie ha llegado, y resulta que hay tumbas de Admunsen por todas partes…
Tal vez el secreto sólo exista en nuestra cabeza. Nos pasamos media vida quejándonos de la realidad y la otra media reinterpretándola. Reinterpretar el desconcierto es un ejercicio peligroso de heroísmo, y hacernos los héroes nos apasiona. Sentirte el último vestigio de toda una raza en extinción. Llegar a donde crees que nadie ha llegado, y resulta que hay tumbas de Admunsen por todas partes…
El final del viaje está próximo. Y todo sigue igual. La chica hermosa del moño ininteligible sigue en la página dieciséis, el revisor se rasca detrás de su oreja, el documental de national geographic vuelve a terminar. Y tú con la sensación de vivir en un "deja vu" planetario, con cientos de palabras en la punta de la lengua, pero que las muy cabronas no quieren enfrentarse al vacío que precede al estruendo de no tener nada que decir. Quieres escribir, contar, pero tu cuaderno está vacío como al principio. Te preguntan como ha ido el viaje, si sigues viendo a esa chica del abrigo rojo, lo de tu intolerancia a la lactosa…y tú con la misma sensación de siempre. La verdad (o el secreto como queramos llamarlo) no se ha bajado en tu estación y sigue su viaje hasta fin de trayecto; allí donde las vacas no necesitan de la hierba, ni las mujeres de la soledad, y los postes de luz se hacen inservibles porque ya no hay nada que iluminar…
(Escribo en París y os traigo versos)
(Escribo en París y os traigo versos)