Hoy soñé con Saramago. Ha sido un sueño limpio, luminoso,
de una ternura insoportable. Los dos íbamos a comprar el periódico en el mismo
Kiosco, después nos sentábamos en un banco. Él me hablaba
con ese tono de voz tan hermoso y tan suyo, lleno de sabiduría, eso lo
recuerdo. Pero no recuerdo de qué me hablaba. Tal vez me estaba desvelando el
secreto, o me detallaba los senderos que atraviesan la orografía árida de la
muerte. Yo no me quería mover de su lado, quería quedarme en ese banco para
siempre. Él encendió un cigarrillo, creo que durante su vida nunca fumó, pero
le quedaba bien, le daba un aire de detective condescendiente, de poli bueno
que tiene la mirada perdida en una sala de interrogatorios. Hacía círculos de
humo, y me miraba. Ya no necesitábamos de las palabras.
Aquello no podía durar, era demasiado perfecto. La inminencia
de un desenlace. Tal vez el maestro se marcharía otra vez de la vida de
puntillas y sin hacer ruido, con un periódico mojado por la lluvia, y las gafas
empañadas(...) pudiese ser que me alejase del
ruido y me guardase el humo de su recuerdo en los bolsillos, pudiese ser que el muerto fuera yo…