Almond Blossom. Vincent van Gogh
Me he puesto a recordar. Un ejercicio de contemplación inspirado en el movimiento perenne que supone la vida. He tratado de estirar mis terminaciones nerviosas al máximo, avivando el fuego de mi hipotálamo con antracita y recuerdos. Y he llegado a mis cinco años, a esa frontera infranqueable, para enfundarme otra vez el baby azul manchado de plastilina, y volver a contemplar la vida con unos ojos inmaculados. La sorpresa de un día nuevo, pero totalmente ajado y amarillento en su anacronismo con respecto al día siguiente. La merienda, el recreo de furia chiquita y sudor, la belleza inexplicable y aún por germinar de la compañera de pupitre, esas (sus) manitas que manchadas de chocolate y tinta azul me parecían el sol y la luna, esos astros con boca y ojos que siempre acababa dibujando en un papel garabateado con su nombre, y si ella estaba a mi lado ya no me importaba nada, ni siquiera el cuarto de los ratones donde vivía el niño sin sombra del que tanto hablaba la profesora (…)
Recordar es morir o vivir un poco más aprisa, según se elija. Es agilizar los trámites de la siesta y la lluvia, retornar a un mundo que jamás volverá pero que tampoco perecerá. Recordar es decirle a la muerte que se ande con cuidado, no nos vayamos a enamorar de esa niña triste y silenciosa llamada inmortalidad…
Recordar es morir o vivir un poco más aprisa, según se elija. Es agilizar los trámites de la siesta y la lluvia, retornar a un mundo que jamás volverá pero que tampoco perecerá. Recordar es decirle a la muerte que se ande con cuidado, no nos vayamos a enamorar de esa niña triste y silenciosa llamada inmortalidad…