La noche que descubrí un disco de Tom Waits hacía frío,
y las estrellas, ebrias y con ganas de bronca,
se increpaban unas a otras.
Crema de cacahuete,
a eso es lo que olía
en los alrededores de la conciencia (...)
“ Beautiful maladies” se abre inverosímil
como una naranja violada por la primavera,
ya está sonando la primera canción. Ponte cómodo.
Un dios vestido
de pordiosero te dará la bienvenida,
y con cada uno de sus acordes
te regala un pedazo de infierno deslumbrante.
Suenan tambores en la lejanía. Inminencias de guerra.
El devenir de unos sonidos
que se mueren antes de nacer,
harapientos paraísos sin habitar,
y la caja de resonancia que vomita
benzedrina y soledad. Los tambores se acercan
y el bueno de Tom
te espera en el fondo de cada callejón
fumando despacio en las sombras.
Estás perdido.
Ahora a quién recurrirás cuando no haya
suficiente belleza para todos. Queda una última canción.
Es insoportablemente hermosa la pradera
vacía un instante antes de la batalla.
Tom se calla.
Salta la pista en el reproductor. Silencio.
La música se vuela triste. Los tambores más y más cerca.
Pom pom, pom pom. Pom pom, pom, pom.
Los tambores revientan los tímpanos de la noche.
En el horizonte asoman cherokees salvajes
y ya le han puesto precio a tu cabellera.
“Beautiful maladies” se cierra inverosímil
como una tortuga en la oscuridad...