“Para Cónica, por enseñarme a ser promiscuo con las palabras…”
Tengo que confesarlo. Es un secreto que no me deja vivir. Hace unas semanas fui infiel. Si. Me dejé embaucar por los modales salvajes del adulterio. Empecé un libro de Guillermo Cabrera Infante y cuando iba por la página 66, me arrojé lascivo y furioso en los brazos de “El Pasado”, una novela de Alan Pauls. Los remordimientos duraron hasta el primer capítulo, luego fui feliz contemplando como la historia de amor que crecía a cada página era a veces un cuento de hadas malicioso, y otras una película de terror de serie B, pero en ambos casos, siempre una espiral de deseo, belleza y lujuria, solo comparables al adulterio que todos imaginamos y sólo unos pocos se atreven a cometer.
Lo reconozco. Lo grito alto y claro. He sido infiel. Y hoy lo sigo siendo. Soy un traficante de libros, un mercenario de letra impresa, sin patrias literarias abrasadas por un sol cansado. Simplemente soy eso, un pobre poeta que ansia la promiscuidad de saborear una musa cada noche…
Tengo que confesarlo. Es un secreto que no me deja vivir. Hace unas semanas fui infiel. Si. Me dejé embaucar por los modales salvajes del adulterio. Empecé un libro de Guillermo Cabrera Infante y cuando iba por la página 66, me arrojé lascivo y furioso en los brazos de “El Pasado”, una novela de Alan Pauls. Los remordimientos duraron hasta el primer capítulo, luego fui feliz contemplando como la historia de amor que crecía a cada página era a veces un cuento de hadas malicioso, y otras una película de terror de serie B, pero en ambos casos, siempre una espiral de deseo, belleza y lujuria, solo comparables al adulterio que todos imaginamos y sólo unos pocos se atreven a cometer.
Lo reconozco. Lo grito alto y claro. He sido infiel. Y hoy lo sigo siendo. Soy un traficante de libros, un mercenario de letra impresa, sin patrias literarias abrasadas por un sol cansado. Simplemente soy eso, un pobre poeta que ansia la promiscuidad de saborear una musa cada noche…
2 comentarios:
No sé si se puede hablar de palabras adúlteras, pero se dejan hacer. Eso, seguro, aunque las expertas son ellas.
Mi casa es bastante bohemia en el sentido de que los poetas andan tirados por todas partes. En el sofá, al lado del ordenador, en los bolsos, en el mueble del recibidor, en la mesilla y hasta debajo de la cama creo que hay alguno. Ninguno quiere volver a la estantería. Andan borrachos de palabras, incitan a beber, y no son fieles. Me di cuenta hace poco. ¿Crees que soy la única que duerme con Boris Vian estos días? ¿La única amante regular de Cortázar? ¿La única a la que Apollinaire susurra en francés a este lado de los Pirineos? Nooooooo.
La promiscuidad no me impide, sin embargo, bucear en un verso una noche cualquiera, sumergirme del todo y conmoverme.
Sigamos en la promiscuidad. ¡Gracias por la dedicatoria!
UN PLACER...!
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