lunes, 23 de agosto de 2010

Ahora resulta que Nadie conoció a Miquel Bauçá


A todos los que se alimentan de anonimato

Alguien le llamó el “Salinger Catalán”. Poeta “maldito” ribeteado de ausencias, mago de la autosoledad, llamadle como queráis. Lo único que importa es que nadie le conoció. Su portera le creía perdido en los márgenes insalubres de la primavera, allí de donde nadie vuelve. El hombre que regentaba la tienda de ultramarinos debajo de su casa, le esperó a cenar durante treinta y cinco años. Él no estaba allí, ni en las reuniones de la comunidad de vecinos, ni en los partidos del Barça, ni en los vermúes de mediodía. El cartero le escribía falsas cartas de amor, o tal vez no fuesen tan falsas, que nunca lograba entregarle. Su editor abría el apartado de correos y encontraba un par de versos copulando con aires moribundos. Una gota de poesía. Un océano minúsculo que giraba sobre sí mismo y su despellejada hermosura.

Miquel eligió el camino del eremita que sueña en el corazón bullicioso de la ciudad. Trabajaba con sus manos, se asomaba a la muerte parturienta, y sacaba una hermosa criatura a la que la quedaban dos minutos de vida. Paraísos efímeros cultivados con sangre y alcohol. El autoexiliado que mueve la boca pero que calla desde el paraninfo calcinado de su vida. Nos hace señales pero nadie entiende la poética guerrera de la desolación.

La sintaxis encerrada en un piso de Les Corts. La escritura como ejercicio de invisibilidad. Irse marchando sin haber llegado aún a la fiesta. El invitado que ha olvidado el idioma del crepúsculo y dimite sin preguntar…

lunes, 16 de agosto de 2010

A una desconocida

Fotograma de "Al final de la escapada"


El periódico de ayer,
mis lápices, una manzana mordida,
tres o cuatro libros,
un dulce alarido y las llamas
que son el presagio,
la antesala
al beso y la ignición.
Inventario del mutismo.

A veces una chica
con peces de colores en la mirada
se pasea desprovista de respuestas
por tus alrededores.
A veces los límites
exhuman sus propias golondrinas.
A veces
abriéndote paso
en el velatorio de un muerto enamorado.
Inventario de los sueños.

Pongamos que aquí termino mi poema.
Es la escena final de una película
de los años cuarenta,
(blanco y negro)
un collage de piel con piel
de arrojo y perdición
Él
camina sin mirar atrás. En el lado opuesto de la calle, ella llora.
Penúltimo fotograma: Niños jugando con una pelota roja bajo la lluvia.
Fotograma final: carmín en la comisura de unos labios.

El periódico de ayer,
mis lápices, una manzana mordida,
tres o cuatro libros,
un poema manchado de café…