lunes, 30 de noviembre de 2009

los perros sin siesta

Pasolini dice “la libertad es algo intolerable para el hombre que se inventa mil obligaciones y deberes para no vivirla”. Punto y final. Es rotundamente lírica su manera de afinar los pianos de nuestro desasosiego, de gritarnos a la cara lo que no nos atrevemos a decirnos a nosotros mismos cada mañana al asomarnos al espejo empañado de lo cotidiano. No somos ni siquiera libres para sepultar entre olvido y un alud de rocas inconsecuentes nuestra propia libertad. Y es que nos vamos cercenando las uñas, los tobillos coronados de rosas urgentes, la piel irrestricta y rebelde, a medida que vamos viviendo en minúsculas. Respiramos y comemos el pan furtivo de las minúsculas donde todo es más sólido, donde la llaga de la costumbre y la tuberculosis estética gozan de un estatus de jefe de estado macilento y holgazán. Somos, tal vez, unos cuantos perros perezosos que temen abandonar la siesta y su sombra por un futuro nómada de ternuras y geografías inalcanzables…

domingo, 22 de noviembre de 2009

Ellos


Es hora del desgobierno de los libros. La trepidación de una primavera ilustrada que corroe las cuatro esquinas de mi cuarto. Pueden ser doscientos o tal vez trescientos, el caso es que cuidan de mí y de la imaginación cuarteada que recuenta mis páginas y mis días. Al principio estaban sin más, su presencia no era más determinante que un pantalón de pana arrugado encima de la cama, o que la vieja maleta al fondo de una estantería. Pero pronto fueron tomando posiciones, y ahora su dictadura roza la eugenesia lírica de transcurrir. Los zapatos, los lapiceros, la ropa interior, la rosa seca de Praga, las bufandas que se hunden en su verticalidad de felpa, todo se acaba plegando a sus designios con la abnegación furibunda del perdedor. Mi gato se pasea entre ellos. Está de su parte desde el principio. Mi gato conoce el secreto que albergan en sus vísceras cosidas. Los observa días enteros. Ellos asienten ante la cólera hermosa de los ojos del gato.

Ellos trazan las fronteras. Su mano de hierro se extiende a los límites de mi cuarto, en el resto de habitaciones gobierna una asepsia ciega. Allí no llega su capacidad de ensimismamiento, su ensoñarse contra la fe teleológica del paso del tiempo. Fuera de su jurisdicción, los objetos descienden a la categoría de cosas, y respiran, y sudan, e interaccionan con la luz y los espacios abiertos. El gato pasa incólume entre las sillas metálicas de la cocina, o entre el paragüero verde del salón. Él sabe que entre el orden, las esperanzas de una poética de la insurrección son prácticamente nulas. Quiere a los libros. Igual que yo. En el otro lado de las cosas, ellos nos contemplan ansiosos por suministrarnos preguntas y libertad…

viernes, 13 de noviembre de 2009

tal cual me escribo el alma

La complejidad de la vida
depende
de los vectores equivocados
que marcan el sendero hacia la consumación del amor
el amor fuera de la matemática
del gemido
el amor perplejo
en el fondo de un río
dentro de un coche
y las nereidas escriben en las ventanillas
“Érase una vez”…y los ahogados comienzan
a subir a la superficie

el amor de quién en vez de gritar
se corre entregado sobre un colchón imaginario.
El amor distorsiona mundos
y aplaca el relente
sobre jinetes tártaros
el amor
es un desconsuelo
en sí mismo
anteponiendo la maravillosa comunión
de los cuerpos
a un atolón de mares bañados por la irrealidad
el amor de quién en vez de gritar
escribe
para la chica que duerme desnuda
a un millón de años luz…


(me marcho a Polonia. Os llevo conmigo)

sábado, 7 de noviembre de 2009

Los gritos azules del sufrimiento

(por una fotografía en la que salía del palacio de justicia un viejo torturador de una dictadura cualquiera, protegido por unos cuantos polícias ante la rabia de la gente. Una lata de cocacola vuela por los aires en busca del asesino)


Probablemente ese viejo coronel lo único que recuerde de esta fotografía sea el bote de coca cola que vuela por los aires ¿Para qué recordar lo accesorio? Ni los policías pertrechados en sus uniformes verdes con sus gorras de plato, todos rodeándole diligentemente, cumpliendo con su deber, ni los gritos de los muertos, ni la cólera húmeda de la gente a las puertas del palacio de justicia, ni la canícula hiriente de ese día de verano gangrenado. El viejo torturador no recordará su pelo canoso y engominado, su soledad, su rostro azulado, su camisa azul, las voces también azules que vienen del fondo del mar. No se recordará asustado y cobarde, ausente, mirando hacia la nada de sus zapatos manchados de sangre. Mojado, zarandeado, camino de un “vía crucis” sucio donde se rememoran las balas de carabineros somnolientos disparando al relente rabioso de un chaval de diecisiete años. ¿Y para que recordar el daño colateral causado a la aurora? De esa fotografía el coronel se quedará con el bote de coca cola ribeteando el aire también azul con multitud de gruesas gotas doradas, a modo de papel de fiesta y confetis, y él subido en su imaginario y delirante Cadillac descapotable, atravesando ante el fervor del pueblo la quinta avenida de los salvadores de la patria…